Vida de Santa Teresa
Se
cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se
traduce por "cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que
significa "cazar", "la cazadora". Como bien dice el Padre Sálesman en
su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella
"Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al
cielo.
Sus
padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La
santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de
su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al
referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por
la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto
yo".
Teresa
nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los
siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de
santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que
acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el
pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al
conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios
para siempre, para siempre, para siempre . . ."
Busca el martirio
Teresa
y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a
un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la
esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a
escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo;
pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los
brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la
culpa a su hermana.
En
vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir
como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el
jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces
la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al
Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa
imagen: "Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
Toma a la Virgen como Madre
La
madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé
a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a
entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra
Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".
El peligro de la mala lectura y las modas
Por
aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías
y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su
"Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y
me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de
caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía
una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a
tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis
manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo
aconsejaba a las personas de mi condición". El cambio que paulatinamente
se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a
los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de
Avila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.
Enfermedad y conversión
Un
año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa.
La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le
atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una
decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo fervoroso
realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que
quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que
esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa,
temiendo flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga
íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la
Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba
quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de
su padre. "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa, pensaba que la
tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que
experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era
suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis
amigos".
La
santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía
entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a
su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después,
se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de
profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a
hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos.
Desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad,
probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por
vencidos, y el estado de la enferma se agravó.
Teresa
consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que
era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de
Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las
instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental,
aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director
espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa
recobró la salud.
Disipaciones, lucha con la oración y justificaciones
Su
prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto
personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Según la
reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las
religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba
gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la
llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al
inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida
disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además,
la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de
pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y
justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus
enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, "el
pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el
abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más
importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede
hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en
la soledad".
Poco
después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el
peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la
práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces.
Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a
renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al
intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de
indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de
oír sermones "por malos que fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la
oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la
campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las
cosas santas".
La penitencia y la cruz
Convencida
cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los
grandes santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con
quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la
santa. El primero, fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia
que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: "Sentí
que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he
progresado mucho en la vida espiritual".
A
la santa le atraían mas los Cristos ensangrentados y manifestando
profunda agonía. En una ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy
sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una
voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad.
Visiones y comunicaciones
Una
vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras
ocasiones de disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus
faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de
quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su
vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a
visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó,
porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el
demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque
estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad
la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no
todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la
noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran
confusión suya.
Una
de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un
hombre casado que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre
Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que Teresa era
víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios
concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta
como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco
de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la
animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de
los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una
confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los
favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de
gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento
de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de
que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir
durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en
vano.
Otro
jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda
para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese
fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo
Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en
éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá después: "El
Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la
navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros
habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
La
santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras
divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice
también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una
tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de
la verdad de lo que ha escuchado.
Persecuciones
En
la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves
persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó
por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos
de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que
Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la
rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la
acusaron de hipocresía y presunción.
El
P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor
suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió
confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría.
Estos se molestan ante la auténtica santidad porque no saben como lidiar
con las intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren
descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o
el desequilibrio. Para justificar su posición apelan a las verdaderas
exageraciones y desequilibrios y agrupan lo auténtico con lo falso. En
otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.
En
1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a
visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente
que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las
persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas
que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores
extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de
las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios.
Extasis
En
algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción
detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas
visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que
muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece
contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este
cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En
esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de
su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de
Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El
deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde
entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me
atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las
alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación:
"Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma
humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en
muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los
ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido
más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro
estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son
todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba
en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua
encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y
me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que
las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande
amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al
mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan
extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El
anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado
por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito
escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El
año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el
voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a
Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas
naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo.
Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Escritora Mística
El
relato que la santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y
experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de
estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La
Iglesia califica de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la
oración del día de su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al
descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa
explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y
debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que
escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los
habitantes de Avila, que ella había aprendido "en el regazo de su
madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber
estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir,
porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió
sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al
juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por
mandato de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por
otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la
paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los
desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y
dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró
en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa
subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y
los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época
en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de
carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y
contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de
recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior",
puede considerarse que lo escribió para instrucción de todos los
cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de
la vida espiritual.
Fundadora
Las
carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del
primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los
recibidores de los conventos de Avila eran una especie de centro de
reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las
religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte
que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y
sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a
la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de
Avila había 140 religiosas.
Santa
Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una
casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de
cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en
la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus
fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también
religiosa en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea
de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie
de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que
llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica
la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era
una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San
Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el
proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas,
autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que
provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el
permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias
hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar
de eso, el P. Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la
empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de
Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en
Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en
la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del
futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño
Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa Teresa
tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en
oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano,
según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo
solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación,
puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.
Por
entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo
convento. San Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr.
Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se
inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la
misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la
sobrina de la santa y otras tres novicias.
La
inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora
del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió
con cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo
que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar,
provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a
sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que
podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la
excitación del pueblo.
La
fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de
las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se
convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y
los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no
los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa
Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió
encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre
tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación
enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el
rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al
provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses
más tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al
convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
Convento de San José
La
santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo.
El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las
religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos
(por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la perpetua
abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a
trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de
limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa,
la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía
según era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el
servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es
una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de
Dios y mucho dinero, una potencia".
Mas fundaciones
En
1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio
(Rossi), visitó el convento de Avila y quedó encantado de la superiora y
de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para
fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José
había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos
conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en
Castilla.
Santa
Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san
José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los
trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de
esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles
de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi
alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin
que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos
veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La
santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos
menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino
por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo
que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo,
donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades
que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un convento
en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una
joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida
en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia.
Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en
nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo
sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare
la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un
pretexto para faltar en humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La
santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que
estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de
Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes,
más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.
Aprovechando
la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un
convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió,
en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y
austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos
de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y gracias extraordinarias
La
santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas.
Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la
fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse
carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando
el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible
reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas
que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de
Pastrana.
En
1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una
casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes
"que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande,
complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la
santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en
sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo
monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa
preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba
yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y
su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la
idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la
vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin
embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de
pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En
julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión
del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus
compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy.
La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber
presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió
detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas
del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión
de la santa.
Nombrada superiora de La Encarnación
Por
entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que
hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes
religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de
Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto
que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e
inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del
mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto
porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de
dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo
sus actividades de reformadora.
Al
principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora,
cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa
comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y
guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de
ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz
de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado
y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es
serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo
entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por
la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De
esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue
menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas,
de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente
las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos
caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento e
introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella
una realización característicamente teresiana.
Sevilla
En
Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P.
Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su
campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma
carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera
de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más
difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que
había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la
Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos
Los
carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en
España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues
comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P.
Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había
favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en
Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la
reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P.
Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló
a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa
Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese
de fundar otros nuevos.
La
santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió
valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio
Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al
nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del
Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa
separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida,
pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más
persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora
estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a
distraernos del servicio de Dios".
Aguila y paloma
Indudablemente
Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural,
su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia,
equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda
intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos.
Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los
símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le
parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas
autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le
hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar:
"Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una
histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió
a tratar con dureza implacable a una superiora que se había
incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la
paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que
llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha
guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis
pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos
mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a
su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía
entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con
nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El
ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni
siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un
caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se
echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a
verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de
mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el
realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando
un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía:
"El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y
termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que
voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La
intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de
las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que
fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que
es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona
inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que
tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de
ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está
satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta
joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser
inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad".
¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"
Últimos años
En
1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del
Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba
muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos
conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la
santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino
también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en
los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y
Alemania.
Dios
tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba
cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su
hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid.
Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó:
"Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin
embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta
entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del
convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la
santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a
vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al
contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no
puedo seros de ninguna utilidad".
En
la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las
dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba
ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero
se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a
visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé
refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se
hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo
pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa
tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata
Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio
de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó donde quería
que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo que decidirlo
yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de
Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y
exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!"
Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le
mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de
octubre de 1582.
Precisamente
al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario,
que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada,
más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622.
El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.
En
la actualidad, las carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835
conventos en el mundo. Los carmelitas descalzos son 3.800 en 490
conventos.
Poesías Líricas de Santa Teresa de Jesús